Para poblar la ciudad recién creada,
Rómulo aceptó todo tipo de prófugos, refugiados y desarraigados de las ciudades
vecinas, de procedencia latina. La colonia estaba formada íntegramente por
varones, pero para construir una ciudad se necesitaban también mujeres.
Pusieron entonces sus ojos en las hijas de los sabinos,
que habitaban la vecina colina del Quirinal.
Para hacerse con ellas, los latinos
organizaron una gran fiesta, con carreras de carros y banquetes, y cuando los
sabinos se encontraban vencidos por los vapores del vino, raptaron a sus
mujeres. Al regresar a sus casas y descubrir el engaño, los sabinos declararon
de inmediato la guerra a los latinos.
La
traición de Tarpeya
Antes de partir al campo de batalla,
Rómulo encomendó la custodia de la ciudad a la joven Tarpeya, pero ésta,
enamorada en secreto del rey de los sabinos, o anhelando una recompensa,
prometió al monarca enemigo que le mostraría una vía oculta que conducía al
Capitolio (donde estaba la fortaleza latina), a cambio de lo que él llevaba en
el brazo izquierdo, en alusión a un brazalete de oro del rey. En efecto, los
sabinos alcanzaron la ciudad gracias a las indicaciones de Tarpeya, pero en vez
de entregarle su pulsera, el rey sabino ordenó a sus hombres que aplastaran a
la traidora con sus escudos, que llevaban, precisamente, en el brazo izquierdo.
Otra versión de la leyenda cuenta que
los romanos descubrieron su traición, y que la arrojaron al vacío por un
precipicio, que pasó a llamarse la roca Tarpeya, inaugurando así la costumbre
de castigar a los traidores a la patria lanzándolos desde ese punto.
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